"El orden niega el conflicto" (Espacio de Opinión - por Florencia Bortolussi)

La resolución de un problema tiene mucho que ver con los términos en que es planteado. Y en el planteamiento de un problema son fundamentales las palabras que se eligen para hacerlo. La mejor forma de imponer “la normalidad” no es haciéndose pasar como interés de una parte sino como necesidad de la totalidad. Y con un fundamento moral. Este gobierno habla de organizar las cuentas, emprolijar la gestión  y ordenar la sociedad. La idea de orden en la sociedad y del consenso tiene una base autoritaria. Necesitamos una sociedad democrática que gestione su conflictividad en términos no violentos. El orden niega el conflicto.

También en los discursos públicos está presente la idea de que solo el abuso de poder permite avanzar. La mano dura, tolerancia cero y demás slogans políticos. Es muy fácil construir lo que Bolivar llamaba las “Repúblicas aéreas”, es decir una legalidad que no interviene en la gestión de la conflictividad, sino que esta por el aire mientras que por abajo crece el abuso de poder. Tenemos el compromiso de construir una política de legalidad en el contexto de una democracia conflictiva. Y esto no es emprolijar una gestión de gobierno (o no solo eso).

Este conflicto no hizo otra cosa que evidenciar la sociedad dual en la que estamos inmersos: un esquema binario de inclusión/exclusión, donde “los del sindicato” son un área segregada, distinta social y moralmente. Este modo binario presenta falsamente una “underclass” construida como otro: los que roban nafta, los que comen bizcochos, los que se sientan en la esquina, a los que mantenemos. Y por otro lado, una mayoría de incluidos, virtuosa, segura y estable: los vecinos. Los que trabajan, los que no molestan, los que pagan las tasas. Y esto, como todo mito, opera por repetición obstinada de sus relatos. Relatos que reenviándose unos a otros crean las condiciones para su eficacia simbólica: los que queman cubiertas, los que tiran bombas a las 6 de la mañana, los que no vinieron a llevar la basura, “la gente de otras localidades” (porque “los vecinos” se “autoconvocan”).

Las noticias periodísticas y redes sociales lo reflejan: si los que siguen al intendente son definidos como “los vecinos”, los trabajadores municipales y referentes sindicales vendrían a ser… ¿extraterrestres? Los problemas existen de ambos lados y la composición de ambos grupos del binario es heterogénea. Así, se permite la construcción de una perspectiva homogénea y estigmatizante, un sentido común acerca de los trabajadores, de los municipales, de los sindicalistas. Tal endemonización es importante en tanto permite que los problemas de la sociedad sean atribuidos a otros, percibidos al borde de la sociedad. El delito, la contravención, la goma quemada, el ruido molesto, el disturbio en la vía pública, la incitación a la violencia, son la divisa principal de dicha endemonización: implica sacar la conducta de su contexto estructural y colocar la culpabilidad en el grupo mismo. Lo que hay son mayorías que imponen consensos.

Los significados cambian con el público y la situación. ¿Cuál es la diferencia entre la lógica de los vecinos/los del sindicato y el amigo/enemigo que tanto nos molestaba del kirchnerismo? ¿En que se distingue cortar una ruta por retenciones o convocarse frente a una municipalidad? ¿Impedir los canales de diálogo omitiendo una conciliación obligatoria o quemar  gomas? ¿Cuáles son los actos (u omisiones) que pueden ser juzgados como violentos? ¿Acaso alguien puede negar que son percibidos con distinto nivel de tolerancia?

“Por el bien de Las Rosas” (expresión leída en numerosas publicaciones) bien entendida, no es pretender que alguien claudique en sus reclamos y se dé cuenta de todo lo equivocado que estaba, sino atender las necesidades en juego. Y quizás lo que necesitemos, en una sociedad injusta, es una democracia desordenada. Cuesta pensar en una sociedad desigual y una democracia ordenada. Esto implica desafiar el estado de cosas, las reglas de juego, el destino aparentemente predestinado. Todo empieza y termina en el mismo lugar: en la necesidad de salirse del pensamiento binario. Como una suerte de “extrañamiento” para intentar desmontarlo, deconstruirlo.

Porque el problema con los planteos dicotómicos es que uno de los polos siempre se nos presenta como válido y desde su misma naturaleza presenta al otro en tanto negación como inválido. Ese desafío es uno de los ejes troncales de la lucha por la igualdad y la justicia. Lucha difícil, inacabada, pero que siempre convoca y enaltece.