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Opinión 21 de marzo de 2015 Por Las Rosas Digital
(COLUMNA DE OPINIÓN - Ulises Bonetto) -«Es más fácil soportar una mala conciencia que una mala reputación» (Friedrich Nietzsche). Es sabido que c...
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(COLUMNA DE OPINIÓN - Ulises Bonetto) -«Es más fácil soportar una mala conciencia que una mala reputación» (Friedrich Nietzsche).
Es sabido que casi todas nuestras relaciones con el mundo en el que vivimos, sea en el ámbito personal, sentimental, en los negocios o la política, depende en un altísimo porcentaje del renombre y/o prestigio que se tenga. Incluso muchas veces solo con eso alcanza para intimidar o ganar. El prestigio, el valor, la «buena fama» es la base del poder, y es desde ahí hay quienes se fortalecen o es por falta de ello que otros caen derrotados.

Partiendo de allí podemos ver en estos días, y fundamentalmente en épocas de elecciones como la que actualmente vivimos, ataques personales constantes, a cualquier hora y por cualquier medio. Misiles que salen de todos los bandos con dirección a cualquier otro, cargados con acusaciones y/o rumores incomprobables. Discursos repletos de frases con doble sentido, conjeturas insostenibles - y hasta absurdas- y teorías conspirativas de cualquier tipo. Todo esto con el único fin del desprestigio. Cuando se realizan ataques personales se desvía la atención del asunto que se discute hacia la persona con quién se discute -ataque personal directo- o sus circunstancias -ataque personal indirecto-. Al momento de sostener afirmaciones incomprobables o decisiones basadas en simples conjeturas, cobra un altísimo valor persuasivo el prestigio de la persona que las dice. En los casos dudosos, se suele conceder la razón con más facilidad a aquellos en quienes confiamos.

 

Es en el prestigio donde radica la fortaleza de un político, pero también su punto vulnerable. Ellos comprenden instintivamente la necesidad de arruinar el crédito moral de sus adversarios. En un dirigente sin prestigio los argumentos parecerán argucias, las emociones farsa, y la sinceridad, hipocresía. De aquí procede un componente inevitable de la acción política: la batalla por la imagen propia y el desprestigio de la ajena.

Como dije, todo esto puede verse cada cinco minutos, y casi en cualquier lado. Lamentablemente, hay que exprimir piedras para sacar alguna gota de discusión política. Hoy es todo un testimonio. Peor todo es una acusación. Peor todo es una respuesta a una acusación. "El diputado fulano mejor que no hable porque... etc". "El candidato mengano aparece hablando de control de gastos, pero su mujer dejó debiendo en el almacen... etc". Esto es lo que abunda.
La discusión política debe darse sobre el fondo del asunto. Ejemplo: alcances del estado: liberalismo o proteccionismo. Y desde ahí se pueden encontrar diferentes posturas, con diferentes matices pero todas guiadas por una idea central. Y quien piense de tal cual o manera debe decirlo y defender su posición con argumentos, que ciertamente que los hay.

No hay ninguna novedad en decir que el pensamiento crítico esta en desuso, lo que asusta es pensar que en los estamentos donde se toman las decisiones también se resolverá en consecuencia y a la hora de asignar un área de trabajo, tratar una idea o un proyecto se tendrá en cuenta si la persona se come las eses cuando habla o el color de corbata que usa.

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