Conocé el Kabaddi, el intrigante deporte donde Argentina es mundialista

En el mundo entero una de las principales cosas que caracteriza a la Argentina es su gran afición por los deportes. Además del fútbol, que acapara todas las miradas y los periódicos, otros juegos como el básquet, boxeo, tenis, rugby, hockey, voley o el automovilismo saben reunir sus seguidores en estas tierras y hasta contar con deportistas mundialmente destacados.

Sin embargo, en las últimas horas cobró gran repercusión un deporte extraño para el común de los argentinos, que se juega por equipos pero sin pelota de por medio y en el que Argentina disputó el Mundial. El Kabaddi es el deporte nacional de Bangladesh y es, además, sumamente popular en la India, uno de los países más poblados del mundo. Allí, las estrellas de este deporte son recibidos como los futbolistas acá, cobrando fortunas y con las televisoras, las radios y los diarios cubriéndolos full time.

¿Qué es el Kabaddi?

Antes de explicar cómo este deporte llegó desde tierras tan distintas y lejanas a nuestro país, es preciso saber de qué estamos hablando y cómo se practica el mismo. Por empezar, hay principalmente dos formas de jugar el Kabaddi, que son el ProKabaddi (o tradicional, o indoor), practicado por siete jugadores y cinco suplentes en una cancha de 12,5 x 10 metros, y el Circle Kabaddi, que se juega en zonas más rurales, sobre una cancha de tierra circular y de 44 metros de diámetro.

En ambos, si bien las reglas varían, el objetivo es el mismo. El delantero o ‘raider’ de un equipo debe atacar a los defensores rivales en su mitad de campo. El objetivo de éste es tocar a los defensas y volver a su área, con un límite máximo de tiempo, sumando una cantidad de puntos igual a la cantidad de defensores que ha tocado. El objetivo de los defensas es evitar que el raider vuelva a su cancha, con lo cual también suman puntos. Cuando un raider logra tocar un defensor y volver a su campo, el defensa debe abandonar el campo de juego. Finalmente, gana quien más puntos haga al finalizar los dos tiempos de 20 minutos del mismo.

En el ProKabaddi, además, existe la complicación de que mientras el delantero realiza el ataque dentro de los 30 segundos dispuestos, debe repetir la palabra “Kabaddi” constantemente y en voz alta, permitiéndosele realizar solamente un respiro (si corta el canto, pierde el punto). Esto deriva, justamente, de que la palabra kabaddi significa “canto”, y la idea es que el jugador realice su ataque “cantando”.

Por su parte, si bien en el ProKabaddi un delantero lucha contra siete defensores, en el Circle sólo puede tocar a un defensor, por lo que la disputa se vuelve un emocionante combate mano a mano.

¿Como llegó a la Argentina? Para conocer la historia y el presente argentino en este deporte, nos cuenta Juan Martín Gutiérrez, Mánager de la Selección Argentina de Kabaddi y participante del Mundial 2013 de formato Circle y del 2016 de ProKabaddi.

En 1999, Ricardo Acuña, un jugador profesional de Bádmington, estando en un Mundial de aquel deporte en Canadá conoció el Kabaddi, trayéndolo desde allí y comenzando a jugar de forma amateur, generando torneos, dando a talleres e incorporándolo en muchas escuelas. “Es un deporte muy fácil de jugar, porque no se necesitan elementos”, agregó con razón Gutiérrez.

A partir de allí, el juego fue creciendo de a poco y Acuña se comenzó a poner en contacto con la Federación Internacional, que lo nombró vicepresidente en América y por lo que a través de ello terminó siendo la Argentina invitada por primera vez a un Mundial en 2011. De ahí en adelante, la albiceleste participó como invitada en todos los mundiales de la categoría Circle (se juega uno por año), y recién en octubre de 2016 hizo su primera participación en el ProKabaddi (se disputa cada dos años), siendo la primera vez en la historia que el país disputa los dos mundiales.

Ricardo Acuña actualmente es también el presidente de la Comisión Argentina de Deportes Alternativos, una ONG que nuclea y da talleres por todo el país, donde el Kabaddi es el principal de esos deportes.

Por Santiago Fraga, para Conclusión